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Una Europa sin Unión Europea

En la pasada cumbre del Eurogrupo se pretendió, por parte de Alemania y Holanda, invitar a los países con necesidades extraordinarias de financiación por la crisis del coronavirus, a utilizar el Mecanismo de Rescate Europeo.

La posibilidad de solicitar un rescate, con las duras condiciones que eso implica, ha sido tajantemente rechazada por parte de Italia y España, hasta el momento, los principales países afectados por el coronavirus. Los países del sur argumentan que el procedimiento financiero del rescate fue pensado para crisis provocadas por desequilibrios económicos fruto de malas gestiones, y no para casos de fuerza mayor, como es la situación ante la cual nos encontramos.

La alternativa planteada desde el sur es emitir «coronabonos», un mecanismo que consiste en lanzar deuda destinada a cubrir las necesidades derivadas de la pandemia, respaldada solidariamente por los 27, y un potente «Plan Marshall» de recuperación económica europea.

Esas propuestas recibieron contestaciones poco positivas, como la del ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, que sugirió que se investigue a España por su gestión de la pandemia, y por no tener margen presupuestario para luchar contra el coronavirus, pese al crecimiento que experimentó la zona euro en los últimos siete años.

La tensión aumentó con una de las declaraciones más duras escuchadas en el seno de UE, realizadas por el primer ministro portugués, Antonio Costa, que calificó el discurso de «re-pug-nan-te», y a la sugerencia, como mezquina e inconsciente. Además, Costa cuestionó el futuro de la Unión Europea sino se daba una respuesta solidaria y conjunta a la crisis del coronavirus.

Estas declaraciones hicieron recordar a las del anterior jefe del Eurogrupo, el también holandés, Dijsselbloem, que, en 2017, en relación a la solidaridad intraeuropea, manifestó: «no puedo gastarme el dinero en alcohol y mujeres, y después pedir ayuda».

Finalmente, la declaración conjunta del Eurogrupo otorgó dos semanas para avanzar en la definición de los futuros instrumentos financieros, prometiendo solidaridad y cooperación entre todos los países.

Hasta aquí, los hechos resumidos. Mi aportación se condensa en cinco puntos.

Primero. Hay un mecanismo mejor que los eurobonos, que no dejan de ser deuda, aunque sea mancomunada. Ese mecanismo es la emisión de dinero. Esta idea ha sido avanzada como la más sencilla y directa por diversos economistas. El procedimiento sería una emisión extraordinaria de euros, que compensase el parón económico. Podría estimarse en un 15% del PIB. Una inyección de unos 185.000 millones de euros para España, y de unos 35.000 para Portugal.

En la emisión de dinero pueden existir problemas de devaluación del euro, y de inflación; no obstante, parecen poco probables en este contexto, con la demanda de la mayoría de bienes y servicios casi paralizada. Otro problema, es que este mecanismo está prohibido en los estatutos del Banco Central, pero se pueden cambiar ante una situación extraordinaria.

Segundo. Las dos semanas dadas de plazo para la nueva reunión del Eurogrupo pueden servir para que el virus actúe con más intensidad en el norte de Europa. Quizá eso cambie las cosas. La táctica de dejar pasar el tiempo, tan utilizada en otras ocasiones, tiene las patas muy cortas en la actual coyuntura. En todo caso, habrá alguna modificación de la rígida postura de los países septentrionales. Alemania tiene la palabra. Está vez hay decenas de miles de muertos sobre la mesa.

Tercero. La reacción de Antonio Costa demuestra la situación límite a la que se puede llegar. Portugal ya tiene una deuda del 120% del PIB, pero en 2014 alcanzó el 133%. El país luso pasó por una intervención durísima en la crisis iniciada en 2008.

El coronavirus se extiende por Portugal a un ritmo muy preocupante. Es la tormenta perfecta para acabar con todo atisbo de esperanza para el desarrollo portugués, sino se toman medidas, como las indicadas en el punto uno. Costa debe haber pensado: si Italia y España son tratados así, que trato puede esperar Portugal. Estoy seguro, también, que la reacción de Costa responde a un justo sentimiento de hermandad ibérica.

Cuarto. España tiene algo más de margen, pues la deuda acumulada es del 96% del PIB, pero el esfuerzo financiero necesario para hacer frente al coronavirus, supondría una losa que lastraría el crecimiento de, al menos, una década.

Quinto. La Unión Europea está en riesgo. Si la respuesta a la crisis no es la adecuada, es probable su ruptura. Ante esta realidad, no conviene cerrar los ojos. Los gobiernos deben empezar a contemplar este escenario, y planificar alternativas. Portugal y España, han de estar juntos en todas las hipótesis de escenarios futuros, y elaborar los necesarios planes de contingencia. Estoy seguro de que los gobiernos ya están en ello. Una Europa sin Unión Europea, a nadie le conviene, pero podría llegar. Aprendamos la lección del coronavirus: es necesario estar preparados para lo peor. Mi pronóstico, no obstante, es que la Unión prevalecerá.

 

Pablo Castro Abad es editor-adjunto de EL TRAPEZIO y licenciado en Ciencias del Trabajo

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